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La puerta entornada

Y cerré la puerta y no sabía cómo salir. Me encontraba solo en una sala intentando meditar. Miré por la ventana y el sol me deslumbraba mientras miraba las corrientes del río que hay al lado de mi casa,observando cómo el agua arrastra las hojas caídas, y las ramas que se desbordan cuando el aire las toca.


Al abrir la ventana el viento recorrió mi piel, y mientras escribía, las hojas de mi libreta se movían, como una bandera en un alto castillo. El sitio estaba vacío y de repente se puso a llover.


La luz se reflejaba en la oscuridad, y poco a poco se hacía de noche. Aunque sea lúgubre, en algún lugar del mundo es de día. Mirando al cielo pensaba en todo lo que no vemos tras unas nubes. Algunas gotas caían en mi nariz y me quedé dormido en el suelo sintiendo el diluvio.


Al día siguiente me levanté cansado, con los ojos hinchados y pegados entre las legañas. El cuerpo me pesaba, sentía como si tuviese dos anclas cogidas a los hombros como si se estuvieran agarrando a mi piel. Observé mi alrededor, y vi una puerta que durante dos días no pensé ni en tocar. Más tarde, probé de abrirla, pero era imposible. Era consciente de que yo mismo decidí cerrarla para estar un tiempo solo y pensar en mis cosas, pero me cansé, no me soportaba. Intenté e intenté abrirla pero no podía. Estaba cerrada. Probé con tarjetas, con un martillo, con un destornillador, con la fuerza y con maña, pero me era imposible. Entonces llegó el momento en el que pensé “¿por qué tengo que salir?”, “¿para estar con alguien?”, “¿y por qué no podía estar allí solo?”. Pensé que porque tenía la necesidad de estar en compañía y aun así seguía sintiéndome mal.


Dejé de intentarlo y me senté en el suelo mirando por la ventana, viendo el tiempo pasar con gotas arrojadas, reflexionando sobre mí.


Pasaron los días mientras yo comía los alimentos que me preparé antes de encerrarme en mi habitación. Poco a poco comprendí que no tenía por qué estar con alguien, me bastaba con estar conmigo mismo, valorarme y no faltándome el respeto.


Hay que decir que me costó, me costó comprender el hecho de estar solo, entendí que no necesitamos a nadie para ser felices.


Después de unes semanas, estaba bien, contento, sin depender de nadie. Entonces fue ahí cuando miré hacia la puerta y después de bastantes días, decidí volver a abrirla. Por empeño. No me quería rendir. Ya había conseguido quererme y aceptarme, ahora, tocaba la puerta.


Pensando que todo era posible, me levanté y cogí el pomo para girarlo. Tan solo con aplicar poca fuerza, se abrió. Miré mi casa desde la entrada de la sala y todo estaba diferente, con más color, había más luz… Reflexionaba sobre por qué antes no se podía abrir la puerta. Llegué a la conclusión de que no podía pasar la salida hacia fuera porque no estaba preparado, no podía estar bien con la otra gente si no lo estaba conmigo.


Aunque hubiese abierto la puerta sabía que no estaba preparado para salir de allí. Solo lo hice para prepararme a lo que pudiese venir y para cumplir mí objetivo: no rendirme. Sin embargo tenía claro que no necesitaba estar con nadie. Esos días entendí que no hay que rendirse, que nos merecemos auto respeto y que la felicidad no se basa a partir de una persona externa.


En definitiva, entorné la puerta, y ahora, después de unos meses, no acabo de abrirla del todo, ya que quiero ser yo el que esté conmigo mismo.

Autora: Alba Loriente, 2nB

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